En los últimos años los guatemaltecos nos hemos acostumbrado a las medidas de hecho, con las que algunos creen que sus demandas serán escuchadas, aunque esto casi nunca ocurre.
Las carreteras son bloqueadas, los servicios se suspenden con frecuencia, especialmente en el sistema de salud y de educación, las instalaciones de diversas entidades son “tomadas” y un largo etcétera del que pueden dar fe todos los guatemaltecos, afectados día a día por las marchas de los unos y los otros, que no resuelven nada pero que nos dañan a todos.
Vivimos en un país sin ley, en el que tampoco son raros los fallos judiciales que se saltan hasta la propia Constitución de la República.
A pesar de todo, el futbol se había mantenido ajeno a esto, ya que en el pasado cuando había un problema en un club se suspendían los entrenamientos y alguna vez los jugadores del plantel mayor no se presentaron a un partido oficial, pero a nivel de gremio no habían pasado de protestar sentándose en la cancha durante un minuto o algún pronunciamiento de parte de la Asociación de Futbolistas.
Pero cuando esta cambió su denominación por Sindicato de Futbolistas Profesionales, no era descabellado pensar que en cualquier momento tomarían decisiones drásticas como dejar de participar en los encuentros oficiales hasta que se les resuelva favorablemente un pliego de peticiones, tal y como sucedió hoy.
La responsabilidad es compartida por todos los sectores, porque desde el lado dirigencial siempre se ha visto al futbolista como un empleado, el cual tiene obligaciones y al que se le reconocen muy pocos derechos, al extremo que no son aislados los atrasos en el pago de salarios y ninguna autoridad interviene para que eso no ocurra.
También es culpa de la Federación y de las Ligas no darle voz y voto a los jugadores en la toma de decisiones, para hacerlos parte de estas y lograr con ello una mayor empatía.
Pero los futbolistas también son culpables, porque no son pocos los que faltan al profesionalismo, no solo con descuidos personales y faltas a la disciplina, sino también al no hacer sus entrenamientos con dedicación, siendo estos los primeros que exigen que sus pagos estén al día.
La falla más grande, sin embargo, se produce con esta huelga, porque los jugadores saben que no hay fechas disponibles para reprogramar partidos y eso obligará a los equipos a realizar sus encuentros con jugadores juveniles, lo que pondrá en riesgo los resultados y, por si fuera poco, les generará pérdidas económicas, ya que, si los aficionados normalmente acuden en poco número, serán menos los que se vean atraídos para un partido de Especiales, y los culpables de eso serán los futbolistas sindicalizados.
Eso significa desconsideración hacia los clubes que dicen amar o hacia los colores que juran defender, pero lo peor de todo es que, si los dirigentes ya rechazaban la existencia del Sindicato, ahora Carlos Figueroa y sus agremiados deben tener la seguridad de que la animadversión será más grande, lo que les hará más difícil ganarse un espacio.
Tal y como dije en una nota publicada hoy, la Comisión de Regularización no ha comenzado a hacer el trabajo que se le encomendó por la FIFA y ya solo le quedan ocho meses para concluir su mandato, siendo la duda ahora si accederá a sentarse a la mesa de negociaciones bajo presión, o si dejará plantado al Sindicato con el riesgo de que la problemática se agrande.