Febrero, en el mundo ‘de antes’ de la pandemia: una vez más, los ultras de la Bundesliga alemana la emprenden contra Hopp, de 79 años, propietario del club de la primera división de Hoffenheim; es tratado de ‘hijo de p…’ en pancartas, con la imagen de su rostro situada en el centro de una diana.
¿Su crimen? Haber ayudado con su fortuna al modesto club de su juventud a ascender en dos décadas todos los escalones hasta el profesionalismo y ocupar en el presente un puesto de honor en la Bundesliga.
Para los aficionados más ‘tradicionalistas’, fervientes creyentes en la estructura asociativa de los clubes, cuyos seguidores son también miembros con derecho a voto, Hopp representa la encarnación del mal absoluto: el fútbol-negocio controlado por poderosos inversores, centrados de sacar beneficio, sin preocuparse por los verdaderos aficionados.
En las tribunas populares de Múnich, Dortmund, Mönchengladbach y el resto del país se ven a menudo pancartas injuriosas contra Hopp, hasta el punto de haber llevado a los árbitros a interrumpir partidos por ese motivo.
– ¿Una vacuna en unos meses? –
Apenas tres semanas después, el hombre que hizo fortuna gracias a su empresa de informática SAP, fundada en los años 1970, se vistió la capa de héroe.
El laboratorio alemán Curevac, del que es principal accionista, trabaja a destajo para desarrollar una vacuna contra el Covid-19.
«Primero hay que hacer test en animales, después en humanos. Creo (que la vacuna) podría estar lista en otoño (boreal)», declaró Hopp el lunes.
El riquísimo empresario, además, ha resistido con patriotismo a una ofensiva de Estados Unidos contra su laboratorio, aparentemente orquestada por el presidente Donald Trump.
El 15 de marzo, el gobierno alemán acusó al presidente Trump de haber tratado de llevarse a golpe de millones de dólares a los científicos de Curevac que trabajan en la vacuna, o de quedarse con la patente en exclusiva los Estados Unidos invirtiendo en la empresa.
Vender a Estados Unidos «nunca fue una opción para mí», afirma Hopp. «Es imposible que una firma alemana desarrolle una vacuna para que sea utilizada exclusivamente en Estados Unidos».
Tan pronto descrito como un patriarca testarudo o como un generoso mecenas, Hopp es también conocido por sus donaciones.
En su región de Sinsheim, una pequeña ciudad situada entre Fráncfort y Stuttgart, la fundación que lleva su nombre dio 800 millones de euros para crear guarderías, hospitales y otros establecimientos para uso común.
– ‘Un hombre normal’ –
Sus revelaciones sobre su proyecto de vacuna no parecen sin embargo aplacar el odio que le profesan los ultras del fútbol: «Está muy bien que un empresario rico asuma su responsabilidad social y actúe en consecuencia, pero eso no tiene que ver con su compromiso con el fútbol», lanza Sig Zelt, un portavoz de Profans, una asociación nacional de ultras alemanes, en una entrevista a la agencia deportiva SID.
Hopp, sin embargo, tomó esta semana la opción de la generosidad, en oposición al dirigente del Borussia Dortmund Hans-Joachim Watzke.
Preguntado sobre una eventual ayuda de los clubes ricos a los más modestos, para limitar las pérdidas ligadas al coronavirus, Watzke estimó que los clubes bien gestionados no tenían que «recompensar» a los menos bien administrados.
Hopp remató de volea: «Sonó la hora de la solidaridad», lanzó, «el fuerte ayuda al débil. Desearía que esta solidaridad de sentido común lograse el consenso entre todos los protagonistas de la Bundesliga».
El millonario, revelaba esta semana el periódico alemán SZ, que sufre al ser considerado la bestia negra por los aficionados al fútbol.
Ni héroe ni villano, él no pide mucho: «Querría ser tratado simplemente como un hombre normal», afirmó en la página de internet de su club